Los textos son originales. Las imágenes, recogidas de internet.
Este blog puede leerse de muchas maneras: desde el principio o siguiendo la cronología por décadas. Se puede también leer por categorías, a saltos o incluso mal. Eso es responsabilidad de quien se acerca a esta página.
La historia futura depende de cada decisión del presente.
La muerte del eminente biólogo Robert Trivers popularizó a finales de la década de 2020 sus investigaciones sobre el altruismo recíproco o la noción de inversión parental. Con este concepto que presentó en su tesis doctoral, leída en Harvard en 1972, definía cualquier gasto realizado por los padres que beneficia a un hijo mientras reduce la capacidad de cada progenitor para invertir en su propio bienestar o el de sus otros hijos y familiares.
Trivers concluyó pronto que este gasto de energía, tiempo, etcétera, no se reparte por igual entre machos y hembras. En el caso de la especie humana, suele considerarse que la inversión parental empieza cuando el macho copula con la hembra y fertiliza el huevo. La inversión parental mínima obligatoria para un macho humano es el esfuerzo requerido para copular. Por el contrario, la inversión parental mínima obligatoria de la hembra humana incluye la copulación, nueve meses de embarazo y el parto. La inversión de la mujer supera por mucho la del hombre.
En teoría, un macho humano puede inseminar a cualquier mujer fértil, engendrando miles de hijos. Gengis Khan es el ejemplo mejor conocido. Por el contrario, una hembra humana sólo puede parir una cría cada nueve meses y el número de hijos que puede tener es muy limitado.
Esta diferencia en la inversión mínima obligatoria, planteó Trivers, conduce a pensar que la cantidad de esfuerzo invertido en el cortejo y la crianza también será distinta. Los machos, al invertir poco, dispondrán de tiempo y energía sobrante, por lo que deberían ser más competitivos entre ellos durante el cortejo.
Las hembras serían más selectivas, ya que su inversión es mayor, buscando a un macho capaz, con buenos genes y una posición social adecuada. Tras la fecundación, el embarazo y el parto, las hembras habrían de asumir un mayor compromiso que los machos durante la crianza, porque ya han invertido más en ese hijo.
Las sucesivas investigaciones en biología y psicología evolutiva que continuaron el trabajo pionero de Trivers explicaron la manera en que este desequilibrio inicial, común a todos los mamíferos, había moldeado las diferencias específicamente humanas de fisiología y comportamiento, ahondándolas durante generaciones mediante la selección sexual. El deseo y la agresividad masculinas, tan difíciles de saciar, fueron así revelándose para la opinión pública como productos lógicos y eficientes de la evolución.
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La muerte del eminente biólogo Robert Trivers popularizó a finales de la década de 2020 sus investigaciones sobre el altruismo recíproco o la noción de inversión parental. Con este concepto que presentó en su tesis doctoral, leída en Harvard en 1972, definía cualquier gasto realizado por los padres que beneficia a un hijo mientras reduce la capacidad de cada progenitor para invertir en su propio bienestar o el de sus otros hijos y familiares.
Trivers concluyó pronto que este gasto de energía, tiempo, etcétera, no se reparte por igual entre machos y hembras. En el caso de la especie humana, suele considerarse que la inversión parental empieza cuando el macho copula con la hembra y fertiliza el huevo. La inversión parental mínima obligatoria para un macho humano es el esfuerzo requerido para copular. Por el contrario, la inversión parental mínima obligatoria de la hembra humana incluye la copulación, nueve meses de embarazo y el parto. La inversión de la mujer supera por mucho la del hombre.
En teoría, un macho humano puede inseminar a cualquier mujer fértil, engendrando miles de hijos. Gengis Khan es el ejemplo mejor conocido. Por el contrario, una hembra humana sólo puede parir una cría cada nueve meses y el número de hijos que puede tener es muy limitado.
Esta diferencia en la inversión mínima obligatoria, planteó Trivers, conduce a pensar que la cantidad de esfuerzo invertido en el cortejo y la crianza también será distinta. Los machos, al invertir poco, dispondrán de tiempo y energía sobrante, por lo que deberían ser más competitivos entre ellos durante el cortejo.
Las hembras serían más selectivas, ya que su inversión es mayor, buscando a un macho capaz, con buenos genes y una posición social adecuada. Tras la fecundación, el embarazo y el parto, las hembras habrían de asumir un mayor compromiso que los machos durante la crianza, porque ya han invertido más en ese hijo.
Las sucesivas investigaciones en biología y psicología evolutiva que continuaron el trabajo pionero de Trivers explicaron la manera en que este desequilibrio inicial, común a todos los mamíferos, había moldeado las diferencias específicamente humanas de fisiología y comportamiento, ahondándolas durante generaciones mediante la selección sexual. El deseo y la agresividad masculinas, tan difíciles de saciar, fueron así revelándose para la opinión pública como productos lógicos y eficientes de la evolución.